Miramos atónitos hacia una nueva Centroamérica donde ya es posible pagar en bitcoin y los lineamientos de las estrategias de política exterior, también se leen en mandarín. Sin duda, estamos presenciando un cambio histórico en las relaciones internacionales de los países que integran la región centroamericana y que van a marcar un hito histórico en la reformulación de las relaciones exteriores y de poder.
Bajo la Administración del expresidente Trump, las relaciones entre Estados Unidos y China se desplomaron al punto de llegar a una guerra comercial que duraría dos años y finalizaría con una cautelosa tregua. En aquel momento, China fue precavida y no enfrentó directamente a los Estados Unidos, reconociéndole de esta forma, su hegemonía como primera potencia mundial.
Desde la finalización de la Guerra Civil de China en 1950, Beijing y Taipéi se consideran, a sí mismos, los herederos naturales del gobierno de una China unificada. Desde entonces, mantienen una relación que podríamos calificar de amor-odio, en la que China se sirve de Taiwán como la cara amable que representaba el libre mercado para establecer relaciones comerciales internacionales, a través de sus empresas fondeadas, por supuesto, con capital chino. Mientras tanto, Beijing dirigía las reformas económicas y políticas necesarias, que lograran posicionar al gigante asiático como un actor clave en el mundo.
Sin embargo, no todo era amor en esa relación. El reconocimiento de Taiwán como Estado que integra la Comunidad Internacional por parte de otros Estados, dificultan los planes del Gobierno del Presidente Xi de lograr “el sueño chino”. La Ley de Relaciones de Taiwán de 1979, de Estados Unidos, se erige en uno de los principales escollos para la materialización del “sueño chino” de lograr una China unida, con la reunificación de Taiwán bajo su gobierno, así como lo son las relaciones diplomáticas entre los Estados Centroamericanos y del Caribe con Taiwán, que ayudan poderosamente a situar a Taiwán en la Comunidad Internacional.
La diplomacia China, el pasado mes de marzo, en la reunión de Alaska, somató la mesa y por primera vez desafió a Estados Unidos como potencia hegemónica. China demanda regresar a un diálogo recurrente entre ambas naciones y le pide a la Administración de Biden, que deje a un lado sus actuales planes de fortalecer la economía y el gobierno de Taiwán, a la que China considera una provincia separatista. El gigante asiático podría entender este comportamiento de Estados Unidos, como una injerencia en sus asuntos internos y una intromisión al principio de soberanía, dando lugar a un conflicto entre ambas superpotencias.
Mientras esto pasaba en el Norte de nuestro continente, paralelamente, el Centro no quedaba ajeno al trabajo diplomático de China. Recordemos, que en 2007 el presidente Arias rompía relaciones diplomáticas con Taiwán y las iniciaba con China. Así iniciaba un periplo en el que una China totalmente renovada y aceptada por los países de libre mercado de la comunidad Internacional, estaba dispuesta a debilitar las relaciones diplomáticas entre los países de la Región y Taiwán.
Ni gato por liebre, ni bitcoin por dólar. Tal es hora de establecer un direccionamiento estratégico y homogéneo en materia de política exterior para la región centroamericana, haciendo valer la soberanía de nuestros países, dejando de ser un terreno fértil para el enfrentamiento entre superpotencias por sus luchas de poder. De lo contrario, sólo lograremos asistir a un cambio de patrón de finca que nos puede acarrear consecuencias aún más nefastas, si cabe, en nuestras economías.
Fuente: Escuela de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales. LIDERATIUS Universidad Panamericana. UPANA.